¿Cómo dejé los anticonceptivos?

 

 

Empecé a planificar con pastillas a los 15, cuando el acné ahogaba parte de mi rostro, pecho y espalda y su paso, iba dejando marcas oscuras que me obligaban a llevar capul todo el tiempo, camisas de manga y un complejo en forma de abrigo que pesaba cada vez más.

Empecé las pastillas y en unos meses mi piel era otra y al año ya no tenía capul ni manchas.

Extrañamente los anticonceptivos me habían devuelto la sonrisa y las ganas de coquetear como una adolescente. 

10 años después, unos pocos meses de cumplir 25, dejé las pastillas para limpiar mi cuerpo por un tiempo y aunque sabía que volvería a ellas, jamás imaginé que sería una semana después.

La ansiedad que me generó su ausencia me obligaba a trotar a las 5 de la mañana y a repetir la dosis de ejercicio a las 6 de la tarde para poder dormir.

Aún así, las volví a consumir.

2 años más tarde volví a dejarlas y esta vez la excusa para traerlas de vuelta a mi vida fue un acné juvenil que me persiguió hasta las islas griegas.

Vivía brotada todo el día y en verano la situación empeoró. Empecé a tomar otros medicamentos para el acné, pero no había nada tan efectivo como las pastillas de planificar, así que hice las paces con ellas y seguí mi vida normal.

A los 31, en medio de una crisis depresiva, acompañada de una crisis de identidad, una amiga me hizo dos preguntas y jamás imaginé que mientras tomábamos cerveza a la orilla del mar y éramos devoradas por los zancudos del caribe, cambiarían un poco mi vida:

-Cuándo ovulas? Mmmm… no tengo ni idea  -Le respondí medio abochornada por no saber la respuesta.

-Ok. Y sabes que tu menstruación no es real?Queeeeeeee? Necesitaba ponerle muchas “e” a esta respuesta en forma de duda, porque mi sorpresa fue tanta que pasé una semana entera leyendo sobre el tema.

Unos días después tomé la decisión de dejar de planificar, no sin antes consultarlo con todas las mujeres que ya lo habían hecho, porque:

Le tenía pánico al acné.

Me daba pavor un embarazo.

Odiaba usar condón.

No quería tener manchas en mi cara.

Me aterraba que me saliera vello grueso en algunas partes de mi cuerpo, por culpa del síndrome de ovario poliquístico que me habían diagnosticado 2 años antes y que según la ginecóloga, podía empeorar si dejaba de planificar con pastillas.

Pensaba en las visitas de doña ansiedad y me ponía a llorar.

Me aterraba la idea de volver a tener cólicos, dolor de espalda y diarrea.

Me imaginaba inflamada como un globo y me daba dolor de cabeza.

Por donde lo analizara, dejar las pastillas claramente no era la mejor opción. Pero aún así mi cuerpo me lo pedía, así que lo hice y 1 mes después compré 4 cajas de anticonceptivos más.

¿La razón?

Me llené de acné en un abrir y cerrar de ojos, los cólicos eran terribles, mi piel se veía cansada, fea y opaca, mi cabello perdió su brillo y para rematar, la ansiedad se me instaló en el sofá.

Así que intenté retomar las pastillas, pero mi cuerpo las rechazó.

El día que volví a consumirlas tuve escalofríos, dolor de estómago y vómito repentino. Una señal clara de que mi cuerpo ya no las iba a recibir. Así que por primera vez lo escuché y obedecí.

Hoy miro atrás y pienso que estos remedios mágicos que nos venden son adictivos: te haces adicta a ver tu piel sana, a no tener acné, a no sentir dolor, a tener el control, a ver crecer tu cabello, a controlar tus quistes, a evitar tener vello, a no ovular, a no sentir, a no ser… pero se siente tan bien vivir así, que una parte de ti se va muriendo, se va encerrando, se va quedando tan oscura, que cuando decides alumbrarla, te asustas.

Cuando encendí la luz, empezó mi vida después de los anticonceptivos.

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